El horror retratado en un reciente reportaje del New York Times sobre el trabajo infantil de los inmigrantes demuestra la actualidad de lo que escribió Karl Marx hace 156 años.
La monumental obra de Marx, âEl Capitalâ, fue una tremenda contribuciĂłn teĂłrica, que describe con meticuloso detalle cĂłmo funciona el sistema capitalista de explotaciĂłn. Una clase de trabajadores, la clase obrera, produce âplusvalĂaâ (beneficios) para una Ă©lite de holgazanes, la clase capitalista.
El Capitalâ de Marx hace algo mĂĄs que desmenuzar, de manera cientĂfica, el funcionamiento del capitalismo; su obra es una acusaciĂłn poderosa y apasionada contra la clase que se enriquece. âLa jornada laboralâ, capĂtulo 10 del volumen I -publicado en 1867- expone los horrores laborales de la Inglaterra del siglo XIX, documentados por los propios inspectores de fĂĄbrica del gobierno.
Niños de ocho años, y a veces incluso mĂĄs jĂłvenes, trabajaban largas horas en condiciones peligrosas en lugares de trabajo como alfarerĂas, panaderĂas, fĂĄbricas de seda y siderurgias. Los informes describen a niños de nueve y diez años trabajando en turnos de 12 horas o mĂĄs, a menudo de noche, en laminadoras de acero.
âEn su pasiĂłn ciega e irrefrenable, su hambre de hombre lobo por el excedente de mano de obra, el capital usurpa no sĂłlo los lĂmites morales, sino incluso los fĂsicos de la jornada laboral. Usurpa el tiempo necesario para el crecimiento, el desarrollo y el mantenimiento saludable del cuerpoâ, escribiĂł Marx. DenunciĂł âla acuñaciĂłn de la sangre de los niños en capitalâ.
En el siglo XXI, condiciones del siglo XIX
Lamentablemente, las cosas no son tan diferentes en 2023. Esto quedĂł muy claro en un artĂculo publicado el 25 de febrero en el New York Times: âSolos y explotados, los niños migrantes realizan trabajos brutales en todo Estados Unidosâ.
SĂłlo el tĂtulo lo dice todo. De los cientos de miles de menores no acompañados que han cruzado la frontera entre Estados Unidos y MĂ©xico en busca de una vida mejor, muchos âhan acabado trabajando en empleos peligrosos que infringen las leyes sobre trabajo infantil, incluidas fĂĄbricas que elaboran productos para marcas conocidas como Cheetos y Fruit of the Loomâ.
Otros -adolescentes e incluso niños mås pequeños- envasan cereales y barritas de cereales, manejan ordeñadoras, limpian habitaciones de hotel, trabajan en la construcción de tejados y fabrican piezas de automóviles para Ford y General Motors.
Muchos trabajan de noche e intentan ir a la escuela durante el dĂa, pero se quedan dormidos en clase o acaban abandonando los estudios. Estos niños explotados sufren frecuentes lesiones, a veces mortales. Trabajan para ayudar a sus familias en sus paĂses de origen y pagar grandes deudas a los âpatrocinadoresâ, que les ayudaron a entrar en Estados Unidos.
âEn muchas partes del paĂs, los profesores de secundaria y bachillerato de los programas para estudiantes de inglĂ©s afirman que ahora es habitual que casi todos sus alumnos se apresuren a hacer largos turnos cuando terminan sus clasesâ, segĂșn el informe del Times.
Las enormes corporaciones de Fortune 500 muestran el mismo âhambre de hombre loboâ por los beneficios que Marx observĂł en la Europa del siglo XIX. Esto sigue impulsando la explotaciĂłn de los trabajadores, incluidos los niños, no sĂłlo dentro de Estados Unidos sino en todo el mundo.
NingĂșn niño deberĂa tener que sufrir un nivel tan alto de abuso y estar âsolo y explotadoâ.
Los sindicatos tienen la responsabilidad de enfrentarse frontalmente a este brutal ejemplo de racismo y xenofobia. Los sindicatos que representan a los trabajadores de las empresas que se benefician ilegalmente del trabajo infantil deben hacer de esta cuestiĂłn un tema de negociaciĂłn colectiva, como en el caso de las empresas automovilĂsticas, cuyos contratos con United Auto Workers expiran este año. Los sindicatos de maestros deben defender a los niños inmigrantes a los que enseñan sus miembros.
La lucha de clases en los años 30 consiguiĂł la Ley de Normas Laborales Justas que, entre otras cosas, limitaba el trabajo infantil. HarĂĄ falta un movimiento global y de clase para detener âla acuñaciĂłn de la sangre de los niños en capitalâ.
Otro mundo es posible â y necesario.
Source: Workers.org